viernes, 13 de junio de 2014

Se dice que aquellos que no duermen, suelen confundir los sueños con la realidad

La luz del amanecer la despierta transmitiendo su característica calidez y calma. Abre los ojos poco a poco. Las paredes de color blanco roto reflejan la luz en las motas de polvo que se encuentran en suspensión en el aire saturado. Siente calor, mucho calor, y decide levantarse para abrir la ventana. Pero hay un problema; no siente las piernas.

Kasumi entró en pánico y apartó las sábanas de sus piernas bruscamente. Su cara se tornó más blanca de lo normal. De cintura para abajo, todo lo que sus ojos alcanzaba a ver era sangre. No sabía si era suya. No recordaba nada. 

Las lágrimas caían de sus ojos sin control. Enormes lágrimas con sabor a mar. Necesitaba gritar pero, cuando intentaba producir algún sonido, este se ahogaba en su garganta. De repente, comienza a sentir las piernas, que poco a poco van recobrando su movilidad. Cuando se siente preparada, se levanta y, un poco más tranquila, decide darse una ducha para comprobar si la sangre es suya.
                                                                                          No lo era.

De vuelta a su habitación, limpia y con un café bien cargado en la mano, se sentó en los pies de la cama e intentó recordar qué había pasado la noche anterior. No había salido de casa, de eso estaba segura, no tenía amigas con quien hacerlo, estaba sola. Recordaba haber visto una película y, después, irse a la cama temprano, como siempre. Pero había algo extraño en todo esto: normalmente Kasumi recordaba los sueños de cada noche. Eso era algo que siempre la había caracterizado. Pero no recordaba el de aquella noche.

Miró el reloj, era demasiado tarde y tenía que ir a trabajar, así que se preparó y se olvidó del tema para ocuparse de sus tareas diarias.


Esto mismo sucedió una y otra vez durante dos meses, haciendo que Kasumi creyera que se trataba todo de un sueño y que, en realidad, no estaba ocurriendo nada. Pero, una madrugada de lunes, amaneció entre rejas. No comprendía nada. ¿Dónde estaba? ¿Por qué estaba encerrada? ¿Había hecho algo malo? No había nadie alrededor que le pudiera dar respuesta alguna.

Horas después apareció un policía para arrastrarla a una sala con una sola silla. Estaba acusada de asesinato en serie. Se había encontrado a las víctimas sin piel, con cortes por todo el cuerpo que hicieron que se desangraran hasta el borde de la muerte y, finalmente, quemadas. O eso era lo que decía el análisis forense. A algunas también les faltaban algunos miembros como los ojos, la lengua, un brazo... . 

La sentaron en la silla, atándola a ella, y la mojaron con una esponja. Los hombres encargados de hacer esto la miraban asqueados, como si estuvieran mirando a un monstruo. Pero las miradas no duraron mucho, ya que se marcharon con bastante rapidez. Apenas un minuto después, Kasumi sintió como si le estuvieran quemando los órganos por dentro, no podía respirar, solo sentía dolor y un fuerte hormigueo que le recorría todo el cuerpo. Se ahogaba, le dolía, se quemaba por dentro. 
                                                                                    Entonces lo recordó todo.

Recordaba cómo había matado a todas y cada una de las víctimas. Le inundó el cuerpo una cálida sensación de calma con la memoria de cómo había disfrutado haciéndolo. Le quemaban los ojos, había perdido la visión y sentía como si se estuviera muriendo. Apenas dos segundos después, Kasumi moría.

Trasladaron su cuerpo a una fosa común a las afueras de una ciudad de la que nunca dijeron su nombre por supersticiones absurdas. Solo se sabía que estaba lejos de la ciudad que fue víctima de tan sádica asesina.

Pasaron los años en esta ciudad con su característica calma y paz; solo hay que destacar un pequeño detalle, los hombres que habían atado y mirado con repulsión a Kasumi, fueron encontrados muertos, tras diez años desaparecidos, en un río sin piel, con cortes por todo el cuerpo y medio quemados. 





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